Madrid, 9 de Abril de 2012
Le despertó el presentimiento de
haberse dormido. Esa sensación de que el sueño está siendo demasiado largo y
placentero para ser real. Se incorporó dando un brinco para mirar el
despertador. Sólo eran las seis de la mañana. Miró como Ángela dormía
plácidamente. Sonrió al ver lo preciosa que le parecía a él, y lo ridícula que
sería esa imagen para cualquier persona. Las marcas de las sábanas por su cara
parecían arrugas de la edad. Su pelo rizado estaba tan despeinado que parecía
un estropajo y tenía la boca tan abierta que se podía imaginar el charco de
saliva que estaba mojando gran parte de su trozo de almohada.
Le encantaba la sensación de
despertarse antes de tiempo y comprobar que todavía le quedaba una hora para
dormir. Abrazó a Ángela por la cintura, hundió la cara en su pelo y cerró los
ojos. Le gustaba como olía. Miles de imágenes pasaron por su cabeza y casi
todas tenían que ver con el gran día que le esperaba. Después de meses sin
trabajar, había conseguido una sustitución en la Universidad Complutense de
Madrid para dar clases a estudiantes de periodismo. Estaba tan nervioso, que su
cabeza no podía dejar de imaginar cómo serían sus alumnos y qué les diría para
parecerles un profesor enrollado pero al mismo tiempo, mantener las clases
llenas y con alumnos despiertos. Se preguntaba que debía hacer si era comparado
con el profesor al que estaba sustituyendo.
Cuando se estaba durmiendo por fin, el molesto pitido de la alarma empezó a sonar. La apagó rápidamente para que su mujer no se despertara, puesto que aún disponía de una hora de confortable sueño. La envidió profundamente.
Cuando se estaba durmiendo por fin, el molesto pitido de la alarma empezó a sonar. La apagó rápidamente para que su mujer no se despertara, puesto que aún disponía de una hora de confortable sueño. La envidió profundamente.
Tomó un café con una madalena,
como cada mañana, se duchó y se vistió con unos tejanos, unos zapatos negros,
una camisa lisa blanca, y se puso, cómo no, su vieja americana de la suerte.
Mientras se la colocaba cuidadosamente, sonrió al recordar cómo aquella
americana, había adquirido ese poder.
Alan era su mejor amigo. Habían
ido juntos al parvulario, a la escuela, al instituto, al bachillerato, y a la
universidad. Sus madres solían decir que
eran culo y mierda. Pero después de
lo que pasó, empezaron a verse mucho menos. Se lamentó, como cada vez que
pensaba en ello, por sentir que no había hecho por su mejor amigo, lo que
estaba en su mano. Le vino a la mente cómo en dos meses, se cruzó con Alan seis
veces, y las seis veces, llevaba puesta su americana azul marino. La primera
vez fue en una de las calles más transitadas de Madrid. Eran las ocho de la
mañana y la Gran Vía estaba a rebosar. Una mano le tocó el hombro y tuvo que
parar en seco ignorando las quejas de los viandantes que pasaban a toda prisa,
como si de una autopista de personas se tratara. Se giró y allí vio a Alan. El Jodido Gigante o Gulliver, como al resto
de sus amigos y a él les gustaba llamarle, haciendo referencia a sus casi dos
metros de altura;
-
¡Bonita
americana! Pareces un pez gordo. Lástima que sepa de qué pie cojeas – dijo
sonriendo, como quien encuentra un viejo tesoro de gran valor sentimental.
-
A ti no
puedo engañarte – Dijo él, aún sorprendido
-
¿Cómo va
todo?, ¿Ángela bien?, ¿Y la niña? – preguntó fingiendo interés.
-
Todos
bien, ¿y tú?
-
Como
siempre tío, como siempre – respondió con la mirada tan triste, que pensó que
de un momento a otro se echaría a llorar- No me quejo. A ver si echamos unas
birras y me pones al día.
-
Claro, eso
está hecho- concluyó- ¡Nos vemos Jodido
Gigante!
-
¡Nos vemos
Giliputiense!- dijo alejándose- Y
mándales besos a Ángela y Carol de mi parte.
Marcos recordó cómo se había
sentido después de ese encuentro. Sintió que para su amigo nada había cambiado
entre los dos, pero que un abismo les separaba y se sintió culpable de ello.
Como si fuera él, el que no pudiese tratarle igual después de todo. Como si
llevará tatuada en la frente su compasión por él.
Tuvieron otros cinco encuentros como ese, y en ninguno la conversación se prolongó mucho más. Pero el tercero fue especial. Rememoró mientras acababa de abotonarse la chaqueta, que ese día llegaba tarde al trabajo y bajaba por el Paseo de la Castellana a toda prisa, esquivando a molestas señoras con sus perros diminutos. Escuchó entonces la voz ronca de Alan que le pisaba los talones;
Tuvieron otros cinco encuentros como ese, y en ninguno la conversación se prolongó mucho más. Pero el tercero fue especial. Rememoró mientras acababa de abotonarse la chaqueta, que ese día llegaba tarde al trabajo y bajaba por el Paseo de la Castellana a toda prisa, esquivando a molestas señoras con sus perros diminutos. Escuchó entonces la voz ronca de Alan que le pisaba los talones;
-
¿Otra vez
esa chaqueta? – dijo en tono burlón- Siempre has sido un hombre de costumbres,
pero… ¡Joder! Tres de tres.
-
Siempre
que te veo la llevo puesta. Vas a pensar que no me cambio- dijo mirándole con
una cara entre molesto y divertido
-
Hay dos
opciones; que piense que no te cambias, cosa que me divertiría profundamente-
hizo haciendo una pausa para disfrutar de su cara de fastidio- o bien,
bautizamos a tu chaqueta, la americana de la suerte- concluyó satisfecho
-
¿De la
suerte o de la desgracia?- dijo Marcos riendo
-
Digamos de
tu suerte y de mi desgracia, ¿Te parece? – Dijo mientras le daba unas
palmaditas en la espalda.
-
¿Es que no
te cansas de meterte siempre conmigo? – Añadió él fingiendo resentimiento,
aunque realmente se lo estaba pasando genial- Gulli, tengo prisa. Llego tarde.
Tenemos que vernos, en serio.
-
Ya sabes
qué tienes que ponerte. Besa a tus dos mujeres de mi parte- concluyó.
Recordó ese encuentro como algo
especial, porque por una vez en mucho tiempo, había sido capaz de hablar con él
sin sentir lástima y porque desde aquel momento, esa americana le acompañó en
todos los días importantes de su vida. Como si al llevar la chaqueta, él le
acompañara de algún modo. Del último encuentro, que se desarrolló de forma
similar, habían pasado ya cuatro años, en los que no había vuelto a saber nada
de él. Deseó encontrárselo durante el día y dejar de dar largas para verse. Se
vio preparado para poner fecha y hora y tomarse, por fin, unas cervezas con su
mejor amigo, dejándose la compasión en casa. Se sorprendió embobado con el
espejo y la ansiedad por su primer día de trabajo en la universidad, volvió a
aparecer.
Se dirigió a la habitación de
Carol y la contempló unos instantes. Pensó que ya tenía cuatro años y que Alan
no la reconocería cuando la viese, ya que la última vez, fue en la boda de Tais
y Fer y era todavía un bebé. La besó en la frente y repitió el mismo ritual con
su mujer, que se sobresaltó y le acarició la mano;
-
Suerte, mi amor- murmuró con los ojos aún
cerrados.
-
No la necesito- dijo él para sentir más
seguridad en sí mismo- Te quiero
-
Yo más- susurró Ángela, volviéndose a quedar
dormida casi al instante.